martes, 19 de enero de 2010

Todas las calles son los mismos escombros y todas las gentes viven un mismo drama

Por José Manuel Moreno 

PUERTO PRÍNCIPE, 18 de enero.- Cuando ayer atravesamos Haití en mitad de la noche uno no podía imaginar que el sol de la mañana pudiese alumbrar semejante desastre. Hemos salido a caminar por la ciudad para reconocer la situación en la que ha quedado Puerto Príncipe y es difícil de explicar. Las imágenes que había visto por televisión no reflejan ni un pedazo de la magnitud que ha tenido el terremoto. Llegas al centro-sur de la ciudad, miras a tu alrededor y es difícil encontrar algún edificio (de los que se mantienen en pie) que no tenga las marcas del temblor.

Casas, colegios, universidades, comercios, edificios gubernamentales, aquí la tragedia no ha hecho distinciones. Seguimos avanzando y me comenta mi compañero haitiano que estamos atravesando por barrios y calles por las que él no se atrevía a circular antes, zonas muy peligrosas que hoy están en ruinas como las otras. Todas las calles son los mismos escombros y todas las gentes viven un mismo drama. El drama de una multitud de personas caminando por las calles, las plazas y los parques, ahora convertidos en improvisados campamentos donde la gente ha ido a instalarse entre oleadas de polvo y un hedor insoportable.


Eso sí las ruinas están ahí, pero parece que esta gente ha convivido toda su vida con ellas, porque lejos de las alarmas televisivas y de los avisos de peligrosidad de los organismos internacionales, la sensación es de normalidad, de una tensa calma que resulta casi increíble. Observas los rostros de la gente y ellos parecen asumir con resignación que tendrán que volver a hacer otro esfuerzo, superar un nuevo obstáculo para llegar a un destino que no puedo imaginar. Así, ponen sus cosas en una maleta, las empacan con cuerdas o las montan en un carrito de albañilería, colocan sus recipientes mayores sobre sus cabezas y caminan buscando un mejor lugar a donde ir.Quizás antes las cosas no eran muchos mejores, quizás se han resignado a vivir en la dificultad, quizás es una muestra de constancia o de esperanza…quien sabe. En cualquier caso asombra que la mirada que uno quiere buscar de tragedia la encuentra impasible, ausente, casi desligada de la emoción.

Me cuesta imaginar el mensaje subliminal que nos envían justo delante de las ruinas las vallas y carteles publicitarios que, curiosamente, han quedado prácticamente intactos y que nos hablan de un proyecto de país moderno, donde la gente es feliz y consume los últimos productos del mercado. El capital en ruinas, la inconsistencia de esas formas, el desajuste con la realidad son los mensajes que pasan por mi cabeza ante semejante contradicción. Inconcebible este paisaje en el que sólo se mantiene en pie la publicidad.

Este cuaderno quería ser una especie de retrato diario del trabajo que estamos realizando, pero al final hoy, no ha sido más que un espacio donde recoger sensaciones e impresiones que difícilmente podré olvidar. Espero que mañana pueda ser un mejor cronista.