viernes, 5 de febrero de 2010

La ayuda humanitaria, la centralidad de la persona y la sociedad del espectáculo

Por Leonardo Díaz, profesor y Coordinador Académico del Instituto Filosófico Pedro Francisco Bonó

SANTO DOMINGO.- El terremoto que socavó la vecina República de Haití el pasado 12 de enero ha movilizado ayuda humanitaria a una escala planetaria. Semejante muestra de solidaridad resulta, en una primera aproximación, ajena a todo tipo de problematización. En principio, toda ayuda humanitaria es aparentemente buena, deseable y necesaria, especialmente en contextos donde se muestra en todas sus dimensiones la fragilidad humana. No obstante, más allá de la impostergable ayuda humanitaria, es importante reflexionar sobre los problemas generados por la misma.

En su obra Ética de la ayuda humanitaria, Xavier Etxeberria ha señalado que el humanitarismo puede expresarse como un sentimentalismo paternalista, o como una ayuda instrumentalizada al servicio de intereses políticos.
El carácter reprobable de éste último caso es obvio desde una perspectiva ética centralizada en la persona, en la medida que convierte una acción desinteresada a favor del ser humano socorrido concebido como un fin en sí mismo, en una acción cosificadora que lo transforma en un mero medio para la satisfacción de ambiciones personales. Son ejemplos de este tipo de acciones la asistencia social que se ofrece “en busca de las cámaras”, la ayuda aparentemente desinteresada que oculta obtener beneficios políticos, o la asistencia “políticamente correcta” que impone la “razón de Estado”.

El carácter reprobable del sentimentalismo paternalista no queda, por su parte, del todo claro. ¿Cuál es el problema de sustentarse en el mismo para proporcionar ayuda a un semejante? El sentimiento paternalista parece no incurrir en la instrumentalización de la persona. Sin embargo, en la medida en que reconocemos ¨la centralidad de las víctimas¨, reclamando la focalización de la ayuda y la atención, así como el abandono de cualquier propósito ajeno a colocarlas como fin, la ayuda basada en un sentimiento paternalista se torna problemática, así como la asunción del supuesto de que toda ayuda por el hecho de serlo es legítima.

El sentimiento paternalista incurre en dos problemas que amenazan la centralidad de la persona. Por un lado, su mero emotivismo, por el otro, su transitoriedad.

El emotivismo es contrario a la centralidad de la persona en la medida en que, como señala Etxeberria, se funda en la arbitrariedad propia del acto meramente emotivo. Una de las derivaciones más peligrosas del mismo es el sentimiento tribal que se expresa frecuentemente en la selección arbitraria e inconsciente de los sujetos de ayuda basada en la empatía hacia un grupo determinado, sea religioso, étnico, político, etc; así como en la mediatización ideológica de la ayuda.

El otro problema es el de la transitoriedad inherente a la sociedad del espectáculo. En un reportaje de una cadena internacional de noticias, una corresponsal encargada de reportar sobre las últimas tendencias de la moda de una reciente premiación de Hollywood señaló que Haití seguiría siendo un tema de la temporada. Precisamente, la sociedad del espectáculo convierte todo en tema de moda y de entretenimiento, haciendo del horror y la tragedia humana, objeto de diversión mediática sustituible prontamente por otros temas que permitan extinguir el aburrimiento.

No todas las formas de ayuda son, por tanto, legítimas. La acción humanitaria instrumentalizadora desaparece cuando no existe el propósito instrumental que la motiva, independientemente de que sigan existiendo personas necesitadas de la ayuda. Este es el signo criminal que acompaña a toda acción humanitaria que no se centra en la persona como fin, traicionando a las víctimas y a la humanidad que encarna en ellas su rostro.